El salmón atlántico (Salmo salar) es uno de los símbolos más representativos de los ríos europeos y un indicador clave de la salud de los ecosistemas acuáticos. Su ciclo de vida anádromo lo lleva a nacer en aguas dulces, migrar al océano para crecer y regresar al río natal para reproducirse. Este viaje, que puede abarcar miles de kilómetros, solo es posible si los ríos mantienen su conectividad natural, permitiendo que los peces se desplacen sin barreras.

En las últimas décadas, la construcción de presas, azudes y otras infraestructuras ha fragmentado los cauces fluviales, interrumpiendo la migración de numerosas especies. En el caso del salmón, esta pérdida de conectividad ha reducido drásticamente sus poblaciones en muchos ríos de Europa, como el río Asón, donde antes era abundante. La imposibilidad de alcanzar las zonas de freza y desove limita su reproducción y, a la larga, amenaza la supervivencia de la especie.

La restauración de la conectividad fluvial se ha convertido en un objetivo prioritario para muchos países europeos. Este proceso no solo beneficia al salmón, sino también a otras especies migratorias y al ecosistema en su conjunto. Por lo tanto, recuperar ríos libres de obstáculos es, en esencia, devolverles la vida y garantizar que el retorno del salmón siga siendo una realidad para las generaciones futuras.

El ciclo de vida del salmón y su dependencia de ríos conectados

El nacimiento en los ríos

El salmón atlántico inicia su vida en zonas de agua dulce con corrientes limpias y bien oxigenadas, donde las hembras depositan sus huevos en los lechos. Este proceso, que suele producirse en otoño o invierno, es el resultado de una migración ascendente que implica saltos para superar rápidos y cascadas en el retorno al río. Tras la eclosión, las crías, llamadas alevines, permanecen en la grava alimentándose de su saco vitelino. Luego emergen, convirtiéndose en parr, jóvenes salmones con un característico patrón de manchas que les ayuda a camuflarse. En esta fase, pasan entre uno y tres años en el río, alimentándose de insectos y otros pequeños organismos, lo que les permite crecer y fortalecerse antes de emprender su viaje hacia el mar.

El viaje al mar

Cuando alcanzan la madurez juvenil, los salmones experimentan un proceso fisiológico llamado esmoltificación, que les permite adaptarse a la vida en agua salada. Los smolts, como se les conoce en esta etapa, migran río abajo en primavera, aprovechando el aumento del caudal y la temperatura. Este momento es crítico, ya que deben sortear depredadores, obstáculos artificiales y cambios ambientales bruscos. Presas, azudes y otras infraestructuras pueden bloquear o dificultar el paso, reduciendo significativamente las posibilidades de llegar al mar. Una vez en el mar, los salmones inician una travesía que puede llevarlos hasta el Atlántico Norte, donde pasan entre uno y cuatro años alimentándose y creciendo.

El regreso al río

Tras alcanzar la madurez, los salmones inician la migración de retorno, un viaje contra corriente que los llevará de nuevo a su río para reproducirse. Este retorno, conocido como migración anádroma ascendente, puede abarcar miles de kilómetros y requiere un gasto energético enorme. El instinto que les permite encontrar el mismo río donde nacieron es uno de los misterios más fascinantes de la biología. Se cree que utilizan una combinación de señales químicas y geomagnéticas para orientarse, recordando el “olor” único de su río natal y siguiendo patrones magnéticos del planeta. A su llegada, superan rápidos, saltan obstáculos y se concentran en las zonas de freza para completar el ciclo de vida.

Obstáculos a la migración: El impacto de presas y azudes

Las presas y azudes construidos para abastecimiento de agua, generación hidroeléctrica o control de inundaciones han modificado profundamente el paisaje fluvial europeo. Aunque cumplen funciones importantes para la sociedad, estas infraestructuras fragmentan los cauces, bloqueando el paso de peces migratorios como el salmón. La falta de pasos adecuados convierte estos obstáculos en barreras insalvables para muchas especies.

Además de impedir el movimiento, las presas alteran el régimen natural de caudales y modifican la temperatura y calidad del agua, afectando tanto a la reproducción como a la disponibilidad de alimento. Las zonas de freza aguas arriba pueden quedar inaccesibles, y los juveniles que intentan descender hacia el mar se enfrentan a turbinas y corrientes peligrosas que reducen su supervivencia.

En ríos con un alto grado de fragmentación, las poblaciones de salmón pueden desaparecer en pocas décadas. Por eso, la identificación y priorización de barreras a eliminar o modificar, así como la implementación de escalas de peces es una estrategia clave en los planes de restauración fluvial. Eso sí, aunque las escalas de peces y otras soluciones técnicas pueden mitigar el problema, la eliminación total de ciertos obstáculos obsoletos suele ser la medida más efectiva para devolver la conectividad a los ríos.

Además, la restauración de la vegetación de ribera, la recuperación de la llanura de inundación y el restablecimiento de caudales ecológicos son acciones complementarias que mejoran el hábitat y reducen el estrés ambiental. La cooperación entre administraciones, científicos, pescadores y comunidades locales es esencial para garantizar que estas medidas se mantengan en el tiempo y que la conectividad fluvial se traduzca en un verdadero renacer de la biodiversidad.

Beneficios ecológicos y sociales de ríos conectados

La restauración de la conectividad fluvial no solo beneficia al salmón atlántico, sino a todo el ecosistema. Al permitir que los peces migratorios completen su ciclo de vida, se favorece el transporte de nutrientes entre el mar y el río, enriqueciendo las cadenas alimentarias y mejorando la salud de la flora y fauna acuáticas. Este flujo natural de energía contribuye a mantener la resiliencia de los ecosistemas frente a cambios ambientales.

Los ríos conectados también ofrecen beneficios directos para las comunidades humanas. La mejora de la calidad del agua, el incremento de la biodiversidad y la recuperación de paisajes naturales fomentan el turismo de naturaleza, la pesca recreativa y la educación ambiental. Estos usos sostenibles generan oportunidades económicas y fortalecen el vínculo cultural con el medio fluvial.

Por otro lado, la recuperación de cauces libres de obstáculos ayuda a mitigar los efectos del cambio climático, ya que los ríos con buena conectividad y vegetación de ribera absorben mejor las crecidas y mantienen refugios para la fauna en periodos de sequía. En este sentido, devolverles su continuidad es invertir no solo en la conservación de especies emblemáticas como el salmón, sino también en la seguridad y bienestar de las generaciones futuras.

La restauración fluvial del río Asón y afluentes en Ampuero y reducción del riesgo de inundación en las zonas urbanas cuenta con el apoyo de la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) en el marco del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR), financiado por la Unión Europea – NextGenerationEU.